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lunes, 17 de noviembre de 2014

A tres años de masacre en El Carrizo



Doña Irinea Mejía, 68 años, desgrana a mano las vainas de frijol recién cosechado. Primero separa las vainas secas de las frescas y luego con destreza mecánica va sacando los granos rojos y frescos que, al mediodía, estarán sirviéndose sopeados y humeantes a su prole. Son frijoles camagua. Los primeros después una dura sequía que golpeó a la comunidad El Carrizo, a diez kilómetros de Cusmapa, Madriz.

Hace tres años tuvo tendidos a su esposo y cuatro de sus hijos en el piso de tosco embaldosado de ese mismo cuarto. Tres muertos y dos heridos. La peor noche de su vida. Revuelve casi con furia las vainas de la pana plástica como buscando algo que parece no encontrar. Se detiene y sentencia:

”Yo tengo valor, tengo valor hasta para perdonar, pero mis hijos no””.

Como se dio la masacre


José Benigno Tórrez, hijo y hermano de los asesinados. Su casa pasó de mal a peor en estos tres años y tuvo que abandonarla..

El Carrizo perdió la tranquilidad la noche del 8 de noviembre de 2011. Fue un martes. Dos camionetas cargadas de simpatizantes del Frente Sandinista, un funcionario electoral y cuatro policías, entraron a la comunidad a eso de las ocho y media de la noche. Muchos de ellos iban borrachos. Lideraban a esa turba furiosa el jefe municipal de la Policía, el delegado del Consejo Supremo Electoral y el secretario político del Frente Sandinista en Cusmapa.

El domingo anterior se realizaron las elecciones presidenciales. La Junta Receptora de Votos 8020 de la localidad registró oficialmente 190 votos para el gobernante Frente Sandinista, 190 para el opositor PLI, uno para el PLC y cinco votos nulos.

Sin embargo, las acusaciones de fraude caldearon los ánimos, y ese día funesto un grupo de campesinos sandinistas llegó a la delegación policial de Cusmapa a pedir protección, pues decía sentirse amenazado por los liberales de la comunidad que les acusaba de armar fraudulentamente un empate en un lugar donde perdieron las elecciones. Así las cosas, la turba que entró furiosa ese día martes 8 de noviembre de 2011 llegaba con el propósito de ajustar cuentas con los liberales disconformes.

—¡Hijos de la gran puta, aquí van los sandinistas por tu cabeza!— dice doña Irinea que oyó antes de que comenzara la balacera.

Según la versión de los liberales, fue una cacería. Según la versión de los sandinistas, fue un enfrentamiento. Sin embargo, los resultados hablan más de una masacre. A eso de las diez de la noche, doña Irinea tenía tendido en el piso de su casa los cadáveres de su marido, don José Mercedes Pérez Tórrez (67 años) y dos de sus hijos Elmer (52) y Josué Zael (22). Mientras otros dos hijos, José Francisco (18) y Moisés (31), estaban gravemente heridos de bala. Del lado de los sandinistas, hubo un solo herido: el secretario político del Frente Sandinista, Jesús Herrera Zepeda, quien sufrió una herida en la rodilla, aparentemente provocada por un machetazo.

La turba que llegó en las camionetas de la Alcaldía de Cusmapa primero se fue a golpear las puertas de algunos conocidos liberales de la comunidad. No los encontraron. Luego se fueron a una especie de placita frente a la iglesia de la comunidad donde encontraron a los Tórrez, una familia liberal que buscaba cómo huir.

—¡Aquí están estos hijueputas! —dice un testigo que escuchó gritar antes que comenzara la matanza.

Según el testimonio de un militante sandinista de la comunidad que pidió no ser identificado, los Tórrez salieron armados de machetes y palos. “Comenzó la tiradera de piedras de ambos lados. El secretario político (Jesús Herrera Zepeda) aparentemente andaba borracho con todos los del grupo y recibe los primeros golpes con palos y el machetazo en la pierna. Entonces, como él anda pistola comienza a disparar y ordena a la Policía que le defienda y dispare en contra de quienes le hieren”. Fue una orgía de sangre. Unos sesenta hombres, armados con cuatro fusiles AK y una pistola, y con el respaldo de la autoridad, cazando a media docena de campesinos prácticamente desarmados.

““Estábamos reunidos””, relata Moisés Tórrez, uno de los sobrevivientes. “Venían las camionetas bujando. ‘¡Alístense malditos liberales que aquí vamos los sandinistas por la cabeza de ustedes!’ Estábamos indefensos. Nos sentimos atemorizados y buscamos cómo corrernos. Nos atraparon y nos hirieron””.

Don Mercedes llevó la peor parte: recibió bala, machete y garrote. “”A mi papá lo masacraron””, dice Moisés Tórrez, quien ese día fue herido de bala en la pierna. Elmer y Josué Zael también murieron baleados. Sobre el cadáver del último, dicen los testigos, los asesinos brincaron (“”bailaron””, es la palabra que usaron) a tal punto que “”se le salieron las tripas””. Otro hermano Tórrez, José Francisco, quedó herido con un balazo en los intestinos.

Policías en El Carrizo


A los tres meses de la masacre de noviembre 2011, se construyó esta delegación policial en la comunidad El Carrizo. Tiene dos celdas y ocho policías.

De ese día para acá, muy poco ha cambiado en El Carrizo. Los cambios más notables de estos tres años son que ya hay luz eléctrica y se ven incluso unas antenitas parabólicas en algunos techos, y unas casas nuevas, construidas por el Instituto de Promoción Humana (Inprhu) destacan entre las casas pobres de la comunidad.

Pero tal vez el cambio más notable es la delegación policial que levantaron a los tres meses de la masacre, a pocos metros de la casa de doña Irinea. Ocho policías se turnan en grupos de cuatro para vigilar que “”la sangre no llegue al río””. El temor de que se repita la noche del ocho de noviembre está vivo en todos los habitantes de El Carrizo. Hay mucho resentimiento, odio y miedo acumulados. Es un polvorín.

La nueva estación policial que todavía huele a pintura fresca, tiene dos celdas que, según el suboficial Ariel Báez, pocas veces han sido usadas.

Báez es nuevo en la zona. Dice no conocer mucho de los que ha pasado en El Carrizo, pero asegura que están ahí para evitar que pequeños conflictos se hagan más grandes ““sin distingo de política””.

Sin embargo, doña Irinea, más que protegida, dice sentirse vigilada. La desconfianza proviene de que entre los que masacraron a su familia estaban cuatro policías.

De hecho, al poco tiempo de iniciada la entrevista, llegó un policía en motocicleta y se mantuvo en la puerta por unos 15 minutos. Posteriormente, otros policías llegaron a pedir los nombres del equipo que llegó ese día a la comunidad.

““Miren””, dice doña Irinea señalando con los labios al policía que permanece a la entrada de su casa. ““Creen que yo les voy a tener miedo. No les tengo miedo. Un día vino un policía y yo estaba tan enojada que le manoteé la pistola. ¡El Señor ya se me había salido del corazón! Ellos me decían cosas… Yo estaba enojada. Contrólese doña Irinea, me decía””.

Proceso cargado


La masacre es una herida que no ha sanado. Principalmente porque el juicio que se siguió después fue “”desigual e injusto””, al decir de Alberto Rosales, representante del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh ) en Las Segovias, y quien estuvo a cargo de darle seguimiento al caso El Carrizo. Rosales basa su afirmación en varias señales que se vieron durante el proceso: una Fiscalía que evitó acusar por “”asesinato”” y lo hizo por “”homicidio””, una Policía que escondió a los acusados de los medios de comunicación, quienes fueron incluso impedidos de cubrir el juicio, y, sobre todo, una pena contra los culpables que califica de “”ridícula””: poco más de tres años de prisión para cuatro de los acusados.

“”Cuando la pena es ridícula, lleva a la población a tomarse la justicia por sus propias manos. Exacerba el odio y la polarización””, dice Alberto Rosales. Según la sentencia del juez de Somoto, Erick Laguna Averruz, todos los condenados estarían libres en mayo de 2015, aunque Rosales dice que, extraoficialmente, saben que todos están libres ya.

““Yo no quiero que vuelvan aquí””, dice tajante doña Irinea. “”No soy capaz de hacerles un mal, pero mi familia sí. A mí me dolería mucho que mis hijos se volvieran asesinos””. Dos de los ocho hijos que le quedan vivos están en el Ejército. Y ella asegura que a duras penas los ha detenido “”para que no hagan una zanganada””.

Moisés Tórrez, de 33 años, uno de los sobrevivientes de la masacre dice: “”Ya sabemos lo que es correr la sangre. A mí no me da miedo. Si quieren perpetrar una vez mas la masacre que se realizó el 8 de noviembre del año 2011 en contra de mi familia, ya sería una reacción diferente. No seria justo que lo vuelvan a repetir””.

“Hagase Sandinista


Doña Irinea sabe que todas sus penurias económicas se terminarían, o al menos se aliviarían, si ella decide hacerse sandinista.

“”Ellos me han dicho que yo me haga sandinista y me van a dar ayuda. ¿Cómo me voy a vender yo? Como cristiana no puedo””, dice.

Cuenta que durante la sequía recién pasada, llegaron de parte del Gobierno a dar paquetes de ayuda alimenticia. A ella y los suyos, dice, no les dieron nada.

““A nosotros no nos dan. El odio es más con nosotros porque a ninguno de mis hijos les dan. Somos pobres. Vienen a donar casas, yo les he dicho ayúdenme con una casa. Nada. Mi casita está toda arruinada porque uno no tiene cómo. Nosotros estamos excluidos como si no fuéramos personas””.

Le pregunté finalmente a doña Irinea qué le pediría al presidente Daniel Ortega si lo tuviese de frente, y en su respuesta exhibió una dignidad de la que carecen muchos de los políticos:

“”Yo no me tantearía a pedirle nada a él, porque él me puede poner todas las condiciones, pero yo voy a estar sujetada a lo que él diga, a todas las injusticias que él imponga. Y yo eso nunca lo haría””.

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